HUEVOS AL PLATO: CINCO MANERAS DE PREPARAR UNA SOLUCIóN FáCIL PARA CENAS

Lo sencillo suele albergar siempre algo de complejidad. El huevo es el mejor ejemplo de ello: un ingrediente humilde, básico y económico, aparentemente fácil de preparar. Lo cual es cierto si se quiere comer duro –y aun así será imperioso poner un temporizador de 11 minutos para no terminar con una esfera gomosa con la yema arenosa–, pero si quiere cocinarse de otra manera, deberá prestarse atención a la técnica.

Una forma maravillosamente sencilla de cocinarlos y que, a su vez, permite complicarse todo lo que uno quiera, es prepararlos al plato. Esta elaboración parte de un sofrito o una salsa densa, sobre la que se cascan un par de huevos y se cocinan tapados para que la clara se cuaje y la yema quede líquida. Lo bueno de este plato (de huevos al plato) es que casi cualquier cosa que tengas por la nevera sirve de base para prepararlos, lo que los convierte en la cena recurso por excelencia.

De lo más elemental, como podría ser cocinarlos sobre pesto, a lo más trabajoso, que tal vez sería hacerlos sobre un pisto de tomate, berenjenas y pimientos, servirlos con requesón batido por encima, panceta tostada y aceite de albahaca: el universo de posibilidades que albergan los huevos al plato es infinito. ¿Que tienes unas judías verdes con patata de ayer en la nevera? Las troceas un poco y las salteas junto a un par de cucharadas de tomate concentrado y ya puedes cascar un par de huevos encima. Con las verduras que tengas por la nevera y algún elemento que aporte humedad (un tomate o una lata de este triturado), se preparara un pisto en menos de 15 minutos. Una salsa de bote abierta también hace el apaño y un guiso de carne puede conformar todo un plato de 10. Sea como sea, una buena hogaza de pan es un complemento más que necesario.

Para que queden perfectos se necesita que el sofrito esté bien hecho, sin apenas agua, que sea sabroso y esté bien sazonado. En ese sofrito se hacen un par de huecos; uno por cada huevo que vayamos a usar, y se colocan ahí previamente cascados en un bol pequeño. La sartén debe dejarse a fuego medio, se coloca la tapa -mejor si es transparente, para poder vigilarlos- y se cuentan unos cuatro minutos aproximadamente. Cuando la clara esté casi cuajada y la yema cruda, se retira la sartén del fuego y se deja reposar un par de minutos más.

Pueden servirse tal cual, pero alegrarlos con algo por encima siempre es una buena opción. Un aceite aromatizado con algunas hierbas, ajo o guindilla, le va a quedar bien sí o sí, igual que unas gotas de salsa picante. El queso es una opción sin fallo, bien en su formato rallado –optaría por un queso de pasta dura tipo parmesano o manchego–, en trozos si es un queso de pasta blanda –tipo camembert o brie– o a cucharadas si es un queso tipo requesón.

Unos picatostes al horno con ajo y perejil le aportarán textura, y también se les puede poner una picada de frutos secos y hierbas aromáticas frescas, el tallo de una cebolleta picado muy pequeño o unos dados de panceta o jamón bien crujientes. Buscamos un contraste de texturas, bien crujientes o cremosas, añadir aromas y sabores que complementen los de la elaboración, picante o acidez. Repasados los elementos de unos huevos al plato –la base con salsa, los huevos y los elementos extras correspondientes– vamos a ver algunas recetas concretas que pueden prepararse con facilidad en casa.

Huevos al plato verdes

Huevos al plato con chili con carne

Huevos al plato con pisto clásico de verduras

Huevos al plato con nata, gorgonzola y bacon

Huevos al plato con longaniza y setas

El huevo, cuestión de técnica

Un merengue se elabora con apenas dos ingredientes –claras de huevo y azúcar–, pero requiere de un juego de temperatura muy exacto para que esa textura aireada se mantenga compacta y uniforme. Unas natillas, pese a ser el postre más elaborado por las abuelas de este país, puede acabar fácilmente en una tortilla deconstruida con sabor a vainilla si no se remueve con saña y se controla que la mezcla no supere los 65ºC. Pero no hace falta irse tan lejos, sus formatos más básicos también exigen precisión. 

Unos huevos revueltos son el mejor ejemplo: es el desayuno más simple que puede haber, pero para conseguirlos realmente cremosos se necesita una paciencia inquebrantable, ya que hay que cocinarlos a fuego muy bajo sin parar de remover, tarea que puede alcanzar los quince minutos. Los clásicos Benedict tienen su dificultad, y es que para hacer un huevo escalfado, se han estrellado antes muchos huevos (y todos ellos sin patatas). 

Hasta un huevo frito tiene su misterio, porque no hay cosa peor que un huevo frito al que vas a hincarle el pan y, en vez de chorrear la yema obscenamente por el plato, aparece cuajada. Es cierto que, una vez los preparas bien y entiendes cuál es el método para obtener una clara cocida y una yema cruda, la clave para obtener la puntillita del huevo frito o la potencia del fuego para que no se cuajen los revueltos, siempre quedan perfectos. 

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